La sociedad de la información en general y las nuevas tecnologías en particular inciden de manera significativa en todos los niveles del mundo educativo.
Hace años que nos quejamos del poco rendimiento de los alumnos, así como de la indisciplina que campa por sus respetos en los centros y ante la cual los profesores se muestran impotentes. Ante tamaño caos se buscan causas y remedios, pero educar hoy es todo un reto que pasa por una profunda reflexión ante la cual no podemos negar la evidencia del tremendo desfase que existe entre la realidad de los que buscan, quieren son en definitiva los alumnos, y lo que seguimos ofertando para su aprendizaje.
Es decir, no hay en absoluto correspondencia entre la oferta y la demanda. Nuestros alumnos de hoy, a los nueve años ya llevan consigo un teléfono móvil inteligente, y cada vez a más temprana edad dominan con gran destreza toda clase de juegos interactivos, lo mismo en videoconsolas, pantallas táctiles como internet.
La sociedad de la información en general y las nuevas tecnologías en particular inciden de manera significativa en todos los niveles del mundo educativo. Las nuevas generaciones van asimilando de manera natural esta nueva cultura que se va conformando y que para nosotros conlleva muchas veces importantes esfuerzos de formación, de adaptación y de “desaprender” muchas cosas que ahora “se hacen de otra forma”, o que simplemente ya no sirven. Los más jóvenes no tienen el poso existencial de haber vivido en una sociedad más estática, de manera que para ellos lo normal es el cambio y el aprendizaje continuo para conocer las novedades que van surgiendo cada día.
Mientras tanto, en los centros y escuelas sigue funcionando la pizarra y, salvo excepciones, las salas de informática sirven para repetir los tradicionales esquemas de transmisión de conocimientos en los que sólo interesan los programas y el docente.
Obviamente, nuestros alumnos no son aquellos disciplinados niños de pizarra y tiza de otros tiempos; tampoco los de premios y castigos, ni los de filas, silencio y órdenes. La mayoría de los alumnos sencillamente se aburren con la forma en que se les entregan los contenidos: no les valen, no forman parte de su escala de intereses, de su escala de valores, de sus estilos de vida. Ellos son criaturas hechas a imagen y semejanza de otros modelos, ellos son, y no podemos olvidarlo, los hijos de una nueva modernidad, los hijos de la postmodernidad.
Ante este panorama se hace urgente rescatar el clima de respeto, tolerancia y pluralidad que promueve el posmodernismo y, a la vez, reorientar los valores que ha padecido los embates de una sociedad compleja y caótica.
En este proceso la educación puede hacer mucho al respecto, ya que no es un simple proceso de enseñanza-aprendizaje sino, ante todo, un proceso formativo que pretende hacer del individuo un ser consciente y libre.
En la sociedad posmoderna, la utilización de nuevas tecnologías aplicadas a la educación no debe circunscribir la enseñanza a un desarrollo estrictamente técnico, ya que resulta esencial reconocer en el proceso educativo un carácter innovador, creativo, humanizador, orientado al cambio.
(Fragmento libro “Cómo educar desde la experiencia” Isabel Agüera)
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